domingo, 11 de noviembre de 2007

Cítrica

La lluvia amarilla caía rítmicamente en la cima de su cabeza, bajaba chistosa por su cabello y su rostro; ella pasaba la lengua por los pequeños labios y sentía el sabor a miel que venía del cielo.

Caminaba feliz por los charcos, movía los dedos de sus pies, elevaba los brazos y cortaba el viento, toda llena de risa.

No cumplía años. Estaba sola en medio de la calle.

Elevaba el rostro para acercarse a las auroras boreales, se empinaba en sus puntas de pies y brincaba repentinamente.

La calle seguia vacía y solo las gotas de lluvia amarilla y miel marcaban los segundos.

Ella cerró los ojos, respiró hondo y bajó los extensos brazos. Por primera vez se quedó quieta. No dio ni un paso más. El amarillo escurrió por sus células, sintió que las pestañas se hacían más pesadas, pero no se alarmó.

La lluvia amarilla se aceleró, las auroras se mecieron tan rápido como el viento se enfrió.

Nadie lo supo.

Ni ella oyó el ruido de la bestia de metal.

Solo se atrevió a levantar el pie derecho.. no escuchó, no vió, insensible.

En el cemento retumbó su cuerpo.
Una risa,
alegre,
neurótica,
histérica
y su eco.

En la sala de partos nacía por primera vez una niña riendo.



Carolina Ramirez
17 años


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